7.
—¡Arre! ¡Arre! —Caitlin azotó las riendas en la grupa de Penélope — ¡Arre!
A pesar de sus esfuerzos, la vieja y gorda yegua siguió moviéndose pesadamente a la misma velocidad. Echando un vistazo sobre su hombro, Caitlin trató de ver si alguien la seguía.
Por desgracia, era casi tan ciega como la Sra. Etler en la oscuridad. Si Keegan la estaba persiguiendo, no lo vería hasta que estuviera casi encima de ella. Un pensamiento encantador.
Después de varios minutos, durante los que no pasó nada, Caitlin se relajó. Con lo despacio que estaba conduciendo, Keegan ya la habría alcanzado si la estuviera siguiendo. Gracias, Dios mío. Cerró los ojos, dejando que el rítmico traqueteo y el movimiento del carro la calmaran.
De repente, el transporte se tambaleó y se inclinó pesadamente hacia un lado. Agarrándose para mantenerse en el asiento, Caitlin miró hacia atrás para ver qué diablos había pasado. Su corazón se agitó y pareció caer a sus pies. Keegan. Había saltado desde su montura a la carreta y estaba atando las riendas de su caballo al portalón trasero. El traqueteo de las ruedas debió haber ahogado el sonido del caballo al acercarse.
—Espero que no te importe —dijo él educadamente—, pero realmente necesito hablar contigo, y no le veo mucho sentido posponerlo para más adelante.
¿Importarle? Si hubiera tenido un revólver, le habría disparado.
Con una agilidad asombrosa para un hombre tan grande, avanzó a lo largo del espacio tambaleante y se acomodó en el asiento junto a ella, una sombra amenazante vestida toda de negro. Parecía un metro de ancho de hombros y el doble de largo de piernas. Situando el talón de la bota en el tablón reposa-pies, dobló un brazo sobre su rodilla. Cuando se volvió para mirarla, ella se dio cuenta de que se había abierto el cuello de la camisa y se había arremangado las mangas.
¡Plum!
Despistada mirándole, Caitlin casi fue lanzada fuera del asiento por la repentina sacudida. Tiró con fuerzas de las riendas a la derecha. Penélope resopló ante el brusco tratamiento y dio un torpe paso hacia el lado, llevando la carreta sobre otra porción de terreno irregular. El polvo se elevó, irritando la nariz de Caitlin.
—¿Estás tratando de acertar en todos los baches? —preguntó Keegan secamente—. ¿O tu fenomenal habilidad para conducir es simplemente algo natural?
Luchando para mantenerse sentada, Caitlin estiró el cuello para ver el camino. Incluso en una noche clara tenía problemas para ver su mano a un palmo de distancia, mucho menos los baches a seis metros delante de ella.
—Si no le gusta mi forma de conducir Sr. Keegan, es bienvenido a bajarse en cualquier momento.
Inmediatamente se arrepintió de esas palabras. Una mujer inteligente estaría haciendo todo lo que pudiera para estará buenas con este hombre.
—Puedo salir rebotando —dijo él en el mismo tono seco.
Cuando ella volvió a mirarlo, la sombra de su sombrero oscurecía tanto su cara que pudo determinar muy poco de su expresión. Al menos podía estar agradecida de que no se hubiera ofrecido a conducir.
Sus dedos se sentían congelados alrededor de las riendas.
Con la mano libre, se envolvió más con su chal y preguntó,
— ¿Qué es lo que desea hablar conmigo?
Como si ella no lo supiera.
Con su boca firme arqueándose en una esquina, él dijo:
—He ahí una buena pregunta.
¿Qué clase de respuesta era esa? Un tenso silencio se estableció entre ellos, roto solo por el rítmico crujido de la carreta y el constante golpear de los cascos del caballo. A Caitlin el silencio le estaba afectando los nervios.
Él sacó un fósforo del bolsillo de su camisa y lo apretó entre los dientes. Entonces, cambiando de posición bajó los brazos a los costados, apoyó su otra bota en el tablón reposa-pies y se inclinó hacia adelante, con sus manos agarrando el asiento. Aunque sabía que tenía que estar malinterpretándolo, parecía tan nervioso como ella se sentía, como si quisiera decir algo y estuviera teniendo problemas para hacerlo.
Eso era absurdo. ¿Ace Keegan nervioso? Lo dudaba mucho.
Con los ojos ardiendo, miró hacia la oscuridad. Aunque no podía ver mucho, se conocía el terreno de aquí al rancho de memoria. Hacia el este había interminables extensiones de llanuras verdes. Hacia el oeste había colinas donde densos robles de hojas brillantes se entremezclaban con ocasionales agrupaciones de caobas de hojas mate. En resumen, la nada. Kilómetros y kilómetros de lo mismo en todas las direcciones.
Miró por encima de su hombro. El tenue resplandor de las luces de No Name ya había desaparecido. Estaba sola con él. Completa y absolutamente sola. Los sábados por la noche, Shorty, su otro trabajador, siempre iba al pueblo con Hank. Eso significaba que no habría nadie en el rancho cuando llegaran allí. Absolutamente nadie.
Caitlin nunca se había sentido tan desvalida. Para proteger a su hermano, había hecho un trato con este hombre. Si no cumplía, Patrick podría terminar muerto. No podía correr ese riesgo. Siendo ese el caso, solo tenía sentido terminar con este desagradable asunto rápido.
Rápido, esa era la palabra clave. Con suerte, Keegan cooperaría. Unos pocos minutos. Eso era todo lo que tomaría. Unos pocos minutos horribles.
El pánico revoloteó en su estómago. Lo aplastó rápidamente. Nada podía ser tan malo como ella se lo estaba imaginando. Además, la experiencia le había enseñado que no importaba que tan insoportable la situación pudiera parecer, siempre pasaba y las cosas con el tiempo mejoraban. A veces, eso era todo a lo que una persona tenía que aferrarse, el conocimiento de que el mañana vendría.
Lo importante, lo único importante por ahora, era mantener a Keegan feliz para que no tomara represalias contra su hermano.
Justo cuando Caitlin llegaba a esa conclusión, el hombre se movió en el asiento de la carreta y su hombro contactó con su brazo. Ella sintió como si hubiera chocado con una montaña de roca sólida, lo que no era un sentimiento muy tranquilizador, dadas las circunstancias.
La boca de Keegan se apretó alrededor del fósforo que sostenía entre los dientes, con los dedos golpeó hacia arriba el ala del sombrero para mirarla. Fugazmente, ella se preguntó si la razón por la que siempre parecía sostener algo entre sus dientes, era para camuflar la parálisis en su mejilla.
Entonces su mirada atrapó la suya y todo pensamiento sobre su mejilla huyó de su mente. Sus ojos de color café, delineados por largas y gruesas pestañas, hicieron que su piel hormigueara allí donde fuera que se detuvieran.
Con esa voz de whisky y humo que ella recordaba muy bien, dijo:
—Es una situación infernal la que tenemos aquí ¿no es así?
Caitlin no podía estar más de acuerdo, aunque por qué se estaba quejando, no lo sabía. Era ella la que estaba en un aprieto.
—Sí.
En ese momento, el carro pasó por encima de otro bache, lanzándola de lado contra él. Keegan resopló suavemente ante el impacto, no estaba segura si había sido una risa o si se había quedado sin aire por el golpe.
Rodeando su cintura con un fuerte brazo, él la atrajo a su lado. Ella se encogió cuando sintió su enorme mano reclamar un lugar de descanso justo por encima de su cadera derecha.
—Lo siento —dijo él—. Con un asiento de carreta tan rígido como este, una muchachita como tú debería evitar los baches o poner algunas piedras en sus calzones como lastre.
Ella le lanzó una mirada tan asustada que Ace repasó lo que acababa de decir. ¿Piedras en sus calzones?
Un conversador sutil, definitivamente, no era. Cristo. La había seguido hasta aquí para disculparse. Así que ¿Por qué no simplemente lo hacía y se marchaba rápidamente de aquí?
—Caitlin… —Incluso a la luz de la luna, no pudo evitar notar la tensión en su cuerpo delgado ni negar que él era la causa de ello. Una horrible y sofocante sensación se alojó en su garganta—. Caitlin, yo…
Lo que fuera que Ace había querido decir, voló de su mente. Nunca en su vida había visto tales ojos. Enormes , luminosamente azules, revelaban cada emoción. ¿Cómo podía un hombre mirar a unos ojos así y decirle a una mujer que lamentaba haber arruinado su vida? En esencia, eso era lo que estaba haciendo, ofreciéndole una migaja cuando le debía la hogaza entera.
A lo lejos, vio la propiedad O’Shannessy elevándose contra el horizonte. Casa, granero, unas cuantas edificaciones anexas destartaladas. Incluso la luz de la luna no era lo suficientemente amable para hacer que el lugar pareciera algo mejor.
Por chismes que sus hermanos habían escuchado en el pueblo, sabía que Caitlin había estado haciendo la mayor parte del trabajo en ese lugar desde que su hermano se había dado a la botella. Por mucho que lo intentara, Ace no podía imaginarla teniendo la fuerza para empujar un arado o manejando una embaladora de heno. Lo que le preocupaba aún más era que se hubiera visto obligada a intentarlo.
Mientras Caitlin llegaba con la carreta delante del granero, él miró alrededor del oscuro patio de servicio. Como había notado en la última visita, había una ristra interminable de chatarra. Prensas viejas oxidadas. Ruedas de carreta rotas. Una máquina lavadora de cilindro que alguien había usado para prácticas de tiro. Había incluso una calesa Studebaker con un eje roto, el asiento para una sola persona inclinado en un ángulo extraño. Había otras cosas en las sombras del granero, demasiado indefinidas para distinguirlas.
Después de atar las riendas y poner el freno, ella se escabulló de su mano y agarrando su falda saltó del carro, tan ágil y segura como un chico. Sintiéndose grande e incómodo, Ace saltó a su lado.
Ella lo rodeó para desenganchar el caballo.
—Solo será un minuto —dijo ella con una vocecita firme—. Entonces podremos —se interrumpió y le lanzó una mirada—. Primero, me gustaría encargarme de Penélope, si no le importa.
—Déjame hacerlo —dijo él, tendiendo sus manos.
Decir que ella dio un paso atrás para permitirle un mejor acceso a los arreos era un eufemismo. Más bien saltó hacia atrás.
Se alegró por el trabajo de desenganchar el caballo y se sintió complacido de que no rechazara su ayuda. Hasta que no decidiera que hacer, no quería irse y estaba agotando rápidamente sus excusas para quedarse.
Después de soltar la vieja yegua de sus arreos, el animal estaba tan ansioso por llegar al establo que no estaba seguro de quien guiaba a quien en el camino hacia el granero.
—¿Cuál es su cuadra? —preguntó.
Una linterna se encendió, y a continuación se balanceó hacia él.
—La segunda de la derecha —hubo una inconfundible nota de duda en su voz—. Sr. Keegan, soy perfectamente capaz de encargarme de mi propio caballo.
—¿Qué clase de caballero sería si te dejara hacer el trabajo pesado?
La mirada que le dirigió dijo más claro que las palabras que nunca había pensado en él como un caballero.
Él miró hacia atrás para ver que todavía sostenía la linterna en alto. La visión del oscuro granero lo golpeó como un puñetazo entre los ojos cuando se dio cuenta de donde estaba exactamente. El lugar resonaba con acusaciones, todas ellas dirigidas a él.
—Le traeré grano y agua —después de colgar el farol de un gancho afuera en el callejón, ella se paró inquieta en la entrada de la cuadra—. Una friega rápida será suficiente, Sr. Keegan, la cepillaré por la mañana.
Ace tenía la sensación de que el único objetivo de la chica era apresurarlo a que se pusiera en marcha. Deseó poder complacerla.
Después de instalar al caballo, agarró un trapo viejo de la barra divisoria entre cubículos , miró hacia la parte de atrás del granero donde él y Caitlin habían estado parados la otra noche. Incluso ahora, con el recuerdo tan claro, no pudo creer que fuera él quien hubiera hecho una cosa así. Una rápida mirada a la cara pálida de Caitlin le dijo que estaba recordando también.
Ace se apuró en frotar la yegua para que pudieran salir de allí. Caitlin midió la comida y trajo agua fresca.
—¿Apago la luz? —preguntó cuándo ella salió al pasillo y cerró la puerta de la cuadra.
En lugar de responder, Caitlin se alzó de puntillas para bajar la mecha de la linterna ella misma. La oscuridad cayó sobre ellos.
Ace se detuvo un momento para dejar que sus ojos se adaptaran. Cuando pudo ver una vez más, dijo:
—Bueno, supongo que eso es todo.
Se volvió para ver a Caitlin todavía parada bajo el farol apagado, con una mano extendida en la puerta de cubículo y la otra extendida delante de ella. Recordando el increíblemente duro viaje en la carreta que le había dado, no pudo evitar sonreír.
—Caitlin ¿tienes ceguera nocturna?
—De ninguna manera —dijo ella un poco demasiado rápido, luego dio un par de pasos vacilantes—. Es solo que está muy oscuro aquí. ¿No me diga que puede ver?
—No voy a decir que puedo ver lo suficiente para contar tus pecas, pero puedo ver.
—Yo no tengo pecas —Se movió más hacia adelante, golpeteando el aire frente a ella mientras caminaba—. Detesto estar aquí de noche —dijo, su voz resonando por la tensión—. ¿Por qué diablos no construyen los graneros con más ventanas?
El granero era tan ruinoso y tenía tantas grietas, que había un montón de luz de luna para que la mayoría de la gente viera.
—Aquí, déjame ayudarte —dijo y la tomó del codo. Saltó como si la hubiera pinchado con un alfiler—. Vaya… yo solo… —la guio alrededor de una bañera galvanizada—… quiero ayudarte, eso es todo.
—Soy perfectamente capaz de caminar sola —le aseguró, agitando el otro brazo en forma bastante salvaje delante de ella.
—Puedo ver que sí —respondió con una voz llena de risa contenida.
—Bueno, ¿entonces?
Tiró ligeramente de su brazo para evitar que tropezara con la hoja de una pala.
—Bueno, entonces, ¿qué?
—Bueno, entonces… —la exagerada paciencia en su voz la hizo sonar como si se estuviera dirigiendo a un imbécil — ¿Por qué no me suelta?
Ace estuvo tentado. A un palmo a su derecha había un montón de estiércol.
—Ya casi llegamos —le aseguró.
—¿A dónde?
Keegan puso su mano libre directamente frente a su nariz.
Ella ni siquiera parpadeó. Otra sonrisa calentó su pecho. La entrada del granero delante de ellos era al menos tres metros de ancho, la luz de la luna entraba generosamente por la abertura.
—A las puertas, Caitlin. ¿No puedes verlas?
—Por supuesto que puedo.
Cuando llegaron a la entrada, hizo lo que le había sugerido y la soltó. Dejada a la deriva
tropezó , se dio la vuelta con los ojos abiertos y fijos , su mano delgada moviéndose a tientas.
—¿Dónde está usted? —preguntó débilmente.
—Justo aquí.
Ella se sacudió y se llevó una mano al corazón.
—¡Santo cielo!
Era un hombre poco dado a la risa espontánea por eso Ace se sorprendió al oírse soltar una risa. No una risa fingida, sino una genuina carcajada.
—Lo siento, no fue mi intención asustarte.
Agarrándola nuevamente por el codo, la guio los pocos pasos que quedaban para salir. Ella dio un audible suspiro de alivio.
—Luz. Gracias a Dios.
Puso las manos en sus caderas, muy consciente del hecho de que ella se alejó en el instante que la soltó.
—Bueno… ̶ dejó colgando la palabra, no del todo seguro de qué decir. Solo sabía que no quería marcharse sin dejar de resolver los asuntos entre ellos—. Caitlin, sobre la otra noche.
—¿Sí? —dijo con voz temblorosa.
—Espero que me disculpes por los titubeos, pero la verdad es que realmente no estoy seguro de cómo deberíamos proceder desde aquí.
—¿No lo está? —preguntó, sonando ligeramente horrorizada.
Ace se preguntó si, quizá, estaba esperando una propuesta de matrimonio. No podía culparla, si ese fuera el caso. Simplemente no estaba seguro de lo que sentía respecto a eso.
Se rascó un lado de la nariz.
—No es exactamente una situación habitual.
—No. Ciertamente, no lo es.
Matrimonio. La palabra colgaba en su mente como un revolver amartillado. Si era una propuesta lo que estaba tratando de pescar, deseó que lo sacara de una vez. ¿Era por eso que estaba tan nerviosa? ¿Debido a que no veía otra salida, no estaba segura de cómo reaccionaría? El primer impulso de Ace, tenía que admitirlo, fue correr como el diablo. Por otra parte, no estaba seguro de si podría hacerlo y seguir gustándose a sí mismo. No si eso era lo que ella quería.
—Yo, mmm… —resopló y carraspeó—. Mira, Caitlin. Vamos a ser claros el uno con el otro, ¿de acuerdo? No importa cómo le demos la vuelta, tú vas a ser la que más sufra por esto. Un hombre… bueno, no es tan difícil para un hombre. ¿Sabes lo que quiero decir?
Pareció como si fuera a desmayarse.
—¿Estás bien?
Ella asintió ligeramente,
—Yo… sí, estoy bien.
Ace sintió como si su nariz estuviera a punto de picarle. Se rascó de nuevo, buscando las palabras.
—Bueno, en fin… —Arrastró una bota, mirando alrededor del patio, luego volvió la mirada hacia ella—. Supongo que… tal vez… lo que estoy tratando de decir es que, ya que eres tú la que sufrirá más, quizás deberías tener la última palabra. ¿Qué te gustaría viéndonos hacer?
Ella tragó saliva, el sonido fue un ruido sordo en la base de la garganta.
—Sr. Keegan, yo realmente no tengo mucha experiencia con este tipo de situaciones.
Él se infló las mejillas, luego exhaló lentamente a través de sus dientes apretados.
—Sí, bueno… eso vale para los dos. No quiero sonar mal, pero la verdad es que me he mantenido al margen de las mujeres respetables por esta misma razón.
Las pupilas de Caitlin se dilataron hasta que sus ojos parecieron casi negros.
—Lo que sí me gustaría es hacer una petición.
Ace casi cayó de rodillas y dio gracias.
Lo que fuera, solo para sacarse la toma de decisiones de los hombros.
—¿Cuál es? —preguntó con impaciencia.
—De verdad, creo que me gustaría ir adentro.
Se tomó un tiempo para darle vueltas a eso.
—¿Adentro?
—La casa… —dijo—…. es, mmm, parece el mmm… lugar lógico para continuar con esta… conversación. Más cómodamente, al menos.
Al ver lo incómoda que había estado al entrar en el granero con él hacía pocos minutos, no podía imaginarla queriendo entrar en la casa para discutir las cosas. ¿Pero quién era él para discutir? Con un encogimiento de hombros, dijo:
—Supongo que está bien.
Viéndose no muy emocionada ante la perspectiva, hizo un gesto para que la siguiera. En el camino dijo:
—¿Su caballo estará bien, atado a la carreta? Le podemos dar agua, si lo desea.
Tan nerviosa como obviamente estaba, su preocupación por el bienestar de su caballo le dijo más acerca de ella de lo que posiblemente se daba cuenta.
—Le daré de beber cuando vuelva al pueblo. Debería estar bien durante unos minutos.
Lo único que quería era hacer las paces y salir pitando de allí, no es que se atreviera a decirlo. Cómo hacer las paces, esa era la cuestión. Hasta el momento, la mujer estaba demostrando ser tan difícil de definir como un político.
Por el aspecto del rancho, Caitlin y su hermano podrían necesitar algún dinero extra. Solo que, si hiciera una oferta como esa, ¿cómo se sentiría ella acerca de tomarlo? Su objetivo aquí era hacer las paces, no ofenderla aún más.
Al acercarse Caitlin al porche, Ace se encontró yendo a toda prisa detrás de ella, medio temeroso de que pudiera tropezar con algo.
—Cuidado —le advirtió mientras se recogía las faldas para escalar el primer peldaño.
Ante el sonido de su voz tan cerca detrás de ella, Caitlin saltó. Sin querer que se sintiera incómoda, retrocedió un poco.
—Tengo unas galletas de azúcar recién horneadas —le informó con la misma voz trémula. Mientras llegaba al escalón más alto, le preguntó — ¿Le importaría, mmm, si tomamos té y galletas primero?
¿Primero? Eso le pareció una petición extraña. Como si no pudieran hablar y tomar té al mismo tiempo.
—No, no me importaría.
Siguiendo sus pasos, Ace sintió algunos de los tablones ceder bajo su peso, consolidando sus sospechas de que este lugar estaba a punto de desmoronarse alrededor de sus orejas. Alargó una mano para ayudarla con la cerradura. El pomo giró con facilidad , la puerta se abrió con un gemido fantasmal. Se hizo a un lado para que entrara. Ella se estremeció ligeramente mientras pasaba por el umbral.
—Si aguarda un momento, encenderé una lámpara —dijo Caitlin.
Ace casi se ofreció a hacerlo por ella. Era capaz de ver, después de todo. Pero algo en la posición de sus hombros se lo impidió.
Con las faldas susurrando, se movió en línea recta a la mesa del vestíbulo, donde buscó a tientas la lámpara y sacó la tulipa. Oyó los fósforos temblando en la caja. Luego, con un roce de azufre contra el papel de vidrio, una llama amarilla saltó y titiló. Protegiéndola de las corrientes de aire con la palma de la mano, tocó la mecha de la lámpara con el fuego. Con un siseo, el lienzo empapado en queroseno se encendió de un blanco ardiente , luego disminuyó a un dorado suave. Inclinada hacia un lado para evitar los humos, rápidamente volvió a colocar la tulipa rayada por el humo.
—Listo —dijo ella, sacudiéndose las manos—. ¿No está mejor así?
Ace terminó de entrar y cerró la puerta detrás de él.